julio 02, 2005

02/07/2005 FITO EN MENDOZA

El show de Páez será este sábado 2 de julio en el Auditorio Angel Bustelo MENDOZA.

Críticas: Diario Los Andes, y Diario Uno
Artes y Espectáculos-DIARIO LOS ANDES
Más cerca del pueblo que de la moda

Pocos músicos pueden desplegar un concierto tan enérgico y expresivo como el que trajo Fito a Mendoza.
Leonardo Rearte
Algunas conclusiones se desprendieron del concierto presentación de “Moda y pueblo”, el sábado, en un atiborrado Auditorio Ángel Bustelo. Entre ellas, que la frescura y lucidez de los viejos temas de Fito Páez prácticamente parten al medio su carrera musical: hay un antes y un después de “El amor después del amor” (1992). Otra: este íntimo concierto es una especie de devolución de favores a quienes más influyeron en su manera de componer, entre ellos Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta y Charly García. Y la última: el rosarino no es precisamente el mejor cantante de esta parte del mundo; se lo escuchó con algunos problemas con las notas altas y la afinación. Pero, nobleza obliga, hay que decir que pocos músicos pueden desplegar un concierto tan enérgico y expresivo como el que pasó por aquí la noche del sábado. Quedó claro, Fito no vino a ofrecer su voz, sino su corazón.Las dos horas, intensas, de arreglos instrumentales desnudos, empezaron a correr con un “Desarma y sangra” (Gar-cía) a solas con el piano y el coro que subía desde las butacas. Pasados los saludos de rigor, asomó el único estreno de la noche: “Romance de la pena negra”, tema que Páez compuso sobre la pluma de Federico García Lorca (“él me lo dictó enterito”, dijo). El sentido “Carabelas de la nada”, tema de “Tercer Mundo” que Páez no suele tocar en vivo, corrió el telón para poder ver y escuchar al quinteto de violines, cello y contrabajo dirigido por el maestro Gerardo Gandini.Los puntos más altos de la noche, y hubo muchos, entregaron versiones de “Ámbar violeta” (¿el mejor tema de la primera etapa del rosarino?), “11 y 6”, y su continuación argumental “El chico de la tapa”. Antes de la recta final, el público saltó de sus sillas con los primeros acordes de “Polaroid de locura ordinaria”, “Ciudad de pobres corazones” y, cómo no, “Tumbas de la gloria” (¿el mejor tema de su segunda etapa?). Ya en zona de curiosidades, Páez se animó a entonar el difícil tango “La casita de mis viejos”, acompañado por Gandini en teclados, y a cantar en portugués “Retrato en blanco y negro” (de Tom Jobim y Chico Buarque). En ambas piezas, los resultados vocales no fueron los mejores. La última parte del concierto extendió la paleta nostálgica. El auditorio, alumbrado por cientos de celulares y algún que otro encendedor, coreó “Brillante sobre el mic”; banda de sonido de la melancolía argentina. A esta sección de añoranzas se sumó el recuerdo de “El otro cambio, los que se fueron”, de Litto Nebbia, y la versión de fogón de “Muchacha ojos de papel” (Spinetta). La selección no fue arbitraria. El mensaje de Fito “los jóvenes tendrían que escuchar más estas canciones” al final de “Desarma y sangra”, es además de una toma de partido, un tiro por elevación hacia el rock barrial, el único subgénero que hoy puede llenar un estadio en nuestro país. Fin de fiestaLa fiesta llegó a su fin con los arreglos de cuerdas estilo beat de “Mariposa Technicolor”, con las que Gandini se llevó todos los aplausos. Ante la insistencia del público, Páez volvió para tocar “Un vestido y un amor” y “Dar es dar”, sólo para estamparle la rúbrica a un concierto más cerca del pueblo que de la moda, con más simpleza que virtuosismo… Y con más corazón que voz.

DIARIO UNO
Esto ofrezco, dijo Fito Páez; esto quiero, dijo el públicoCon la amplia sala del auditorio Angel Bustelo a pleno, el rockero rosarino y el arreglador Gerardo Gandini ofrecieron “Moda y pueblo”. Hubo inspiración y sólo algunos reparos al sonido .

Si tuviéramos que pensar en términos de lleno y vacío, todo estuvo colmado en la presentación de Fito Páez, el sábado, en el auditorio Angel Bustelo de Mendoza. El rosarino llegó con la excusa de presentar su último y particular material, Moda y pueblo, un disco de viejas canciones propias y ajenas arregladas para cuerdas por el maestro Gerardo Gandini. El convite dio resultado: la sala estuvo a pleno, Fito se mostró inspirado (incluso cuando a menudo desafinó) y todo, aun la endeblez del sonido, aun el carácter intimista y contenido del asunto, pareció puesto en su lugar. Como si el artista dijera: esto ofrezco. Como si el público dijera: esto quiero.Páez arrancó con una versión al piano (la misma de su última placa) de Desarma y sangra, la inmortal canción que Charly García grabó con Seru Girán en 1980. Fue un buen modo de comenzar, puesto que mostró a pleno al Páez de hoy: cada vez mejor pianista, cada vez más modesto cantante, siempre carismático y dispuesto a desgranar su música, de hacerla gustar y no sólo bailar. La cosa siguió con Romance de la pena negra, ya sí con la aparición de Gandini y el conjunto de cuerdas, como en el disco. O casi, porque Fito escatimó músicos para su llegada a Mendoza (originalmente es un noneto, y aquí faltaron dos violines, una viola y un violonchelo), y ello quitó potencia a los arreglos. De cualquier modo la cosa se compensó con energía y con las sabias interpolaciones sonoras que ofreció el autor de Ey! al margen de Gandini.Con estas últimas, ya sea en formato de trío jazzero o progresivo, junto al bajo de Guillermo Vadalá y la batería de Jota Morelli, se oyeron algunos de los mejores momentos: Bello abril, Polaroid de locura ordinaria, 11 y 6, El chico de la tapa, Yo vengo a ofrecer mi corazón o una particular versión de Brillante sobre el mic (con pistas grabadas y la invitación al público a que encendiera sus celulares, y no los encendedores, en la oscuridad). Con Fito en la guitarra, además, el público apreció una inspirada interpretación de Al lado del camino y otra de Ciudad de pobres corazones, antes de la cual el rosarino jugó a ser Lenny Kravitz y hastá habló en inglés.Pero las sorpresas que Fito se tenía reservadas fueron las que le dieron al concierto la plenitud de la que hablábamos. Entre los regalos aparecieron una nueva canción (Te aliviará), grandes momentos para Fito y orquesta (Ambar violeta, El otro cambio, Los que se fueron, Naturaleza sangre), un tango con Gandini al piano (La casita de mis viejos), un homenaje a Jobim (Retrato en branco e preto) y lo mejor: Carabelas de la nada, un tema arreglado por Gandini que no se incluyó en su flamante disco.Porque Fito es fiel a sí mismo, más allá de los dictados de la moda y la voz del pueblo, es que el concierto consiguió su plenitud. No hubo “euforia”, como en otros años. Hubo música y oídos, la combinación a la que parece apostar este Páez maduro y retrospectivo. Como si el artista dijera: esto ofrezco. Como si el público dijera: esto quiero.Fernando G. Toledo