julio 03, 2005

03/07/05 Diario La Capital (Revista Nueva)

Fuente: www.revistanueva.com.ar

El año pasado festejó veinte años de profesión, pero se considera un amateur. Acaba de editar un CD con conmovedoras canciones, viejas e inéditas.
Nos encontramos en el bar del porteño Hotel Alvear. Cuando llego, Fito y su agente de prensa están a medio camino de sentarse. Nos instalamos en un sillón, él apenas girado hacia mí, y empieza a mover la pierna como si cosiera a máquina. Un anhelo de conexión lo rodea como un halo invisible. Salto al encuentro con alegría. Chapoteemos, Fito... Le pido que rememore un recuerdo de su infancia, y dice: “El living de mi casa con el piano, el tocadiscos y la pila de discos de mi viejo al lado del piano. Ese era un lugar favorito. El trabajaba en la Municipalidad y los fines de semana revisaba expedientes y escuchábamos música, sobre todo los domingos. Teníamos esos tocadiscos que apilaban varios discos y los dejaban caer de a uno. El elegía los discos y yo los ponía.” Y le pregunto qué escuchaban. “Jobim, Piazzola, Gershwin, Ravel, Troilo- agrega al toque- Mi padre era un hombre moderno, muy ecléctico. Le gustaba Oscar Peterson, el jazz, la música clásica, el folklore, el tango, los musicales de Hollywood y cosas muy disparatadas. Y es curioso, porque era un trabajador de clase media. Su madre tocaba el piano dentro del marco de una maestra de escuela provincial que entretiene a su familia, como hacían las mujeres de esa época, pero no era una melómana ni nada parecido. Mi madre sí era concertista y profesora de aritmética y matemática. Pero ella falleció cuando yo tenía ocho meses. Entonces todo lo que tomé, lo tomé del espíritu y de mi papá”. –Tu primera banda fue a los trece años.–En realidad tuve un grupo en la primaria. Dos guitarristas y yo tocábamos el bombo. Hacíamos el folklore que te enseñaban las profesoras de guitarra. La primera banda la formé con algunos compañeros de secundaria y de otras escuelas. Se llamaba Staff. Tocábamos en los actos de nuestro colegio, la Dante Alighieri, una escuela muy conservadora, y el repertorio era de Serú Girán, de Spinetta, que para ese momento era música muy de avanzada. –¿Y cuándo sentiste el gustito del público?–Posiblemente haya sido en la primaria. Pero después yo no tenía éxito con las chicas así que estar en el centro de atención era una situación de poder. La música tiene muchas formas de hacerte participar si vos querés.–Si pensás en el Fito de hace veinte años y el de ahora, ¿hay algo que extrañás de ese Fito en cuanto a su forma de componer o a su forma de hacer música?–Extraño los años. Siempre me considero un amateur, no un profesional y he tenido la suerte de vivir de ese disparate que me gusta a mí. El otro día leí una frase de Dylan muy hermosa. Decía: “Si yo no hubiera sabido que iba a tener éxito, no habría empezado”. Tuve la soberbia de pensar que me iba a ir bien. Me salía y había un proceso interno que me daba seguridad. Y tenía también la fuerza y la omnipotencia de la juventud. –¿Y ahora?–Y ahora también, pero es distinto: aprendés a resignar cosas para no volverte tan loco, se aplaca la soberbia y la ignorancia de la juventud y aparece una cosa un poquito más relajada.–Pero entonces, querés volver a los veinte años pero con la cabeza de ahora, así no vale. –Sí, claro, si no se sufre mucho. A los veinte todo se mueve en un nivel de falsas ilusiones, de falsas desilusiones. Aquella chica que te dejó no cambió tanto otras cosas.–Pero si te vuelven a dejar se te cae el mundo.–Es probable. Pero con los años adquirí una velocidad crucero para esas cosas. Mi pasión son la música o las palabras. Creo que la pasión hace hablar a las partes incompletas de uno, resuelve esa “incompletitud”. Uno escribe o compone porque hay algo desesperado que hace que necesites expresar determinadas cosas. –¿Te conviene que esa pasión se vuelque a algo “autoabastecido”?–Exacto. Porque la pasión de otro modo es como un asesino con navaja, no tiene límite, te corta a cualquier hora, te hace daño. Si podés darle un curso a eso, es fabuloso. Y que eso no afecte a las personas que uno ama. Las relaciones amorosas no me cambian el humor. Me cambia el humor que les pase algo a Martincito o a Margarita, cosas más reales. Después: las chicas, los hombres, vamos, venimos. No es tan importante. Y lo sé por un montón de experiencias. Y sí, reconozco que mi pasión y mi locura por la música, el cine, las palabras, me salvó de estar en la cárcel o en un manicomio.–¿Con las canciones, primero es la música o las palabras?–No hay ley. Ayer estaba terminando de revisar el guión (de su comedia de chicas De quién es el portaligas) y hay allí un diálogo entre dos chicas que escribí en un vuelo de siete horas de New York a Los Angeles. Tenía una compu nueva y escribí una situación casi calcada de la original, un cuento, una escenita; y después escribí otras cosas y un día vi que unas iban con otras y que podía hacer la película, que había una historia. Para mí el trabajo es así. Decir “ahora voy a componer”, no es muy creíble. –Hiciste una historia de mujeres ¿te ayudaron mujeres?–Me ayudó mi experiencia con ellas. Las mujeres son muy divertidas para escribir sobre ellas. Porque no hay límite. –¿Estás escribiendo alguna otra cosa? –Estoy juntando de a poco una serie de ensayos domésticos de filosofía barata, algunas bastante duras. Van a ser muy polémicos. Esta escena de la película era originalmente para eso. Cuando tenga necesidad de sacar el libro, lo voy a sacar. –Háblame del nuevo CD.–Todo empezó hace años con la idea de grabar un disco con el piano solo. Son diez temas que pegan fuerte al corazón. Y hay dos temas inéditos: Romance de la Pena Nueva y Las Palabras. –La protagonista de la quinta canción, Ambar Violeta, me hizo acordar al personaje de Cecilia Roth en Vidas Privadas.–¿Por qué no? Es una rara, claro, con un gran cuerno bajo el corazón. Es tremendo el personaje de Cecilia. Hacer la película fue tremendo, pero por lo que exigía la historia. Yo sabía que me iba a meter a bucear en algo muy denso y que iba a salir herido de ahí. Y de hecho salí herido. –¿Y te enseñó algo esa herida?–Sí: cuidado con las cosas con las que te metés. Cuando alguien dice “de eso no se habla”, tené cuidado. Sin metáforas el discurso sería este: Acá tenemos treinta mil muertos que están debajo de la alfombra, no la levantes. Eso pasa con los locutores de televisión, los productores de cine -es un pensamiento medio instalado y que tiene que ver no solamente con una corporación medio mafiosa a la que le interesan ciertos valores morales y tener a la gente anestesiada sino también con un colaboracionismo de parte nuestra como pueblo argentino. Es un tema muy delicado. Cuando tocás esa nota, todo el mundo se pone loco. Tan loco que te aíslan. Y yo quise hablar de eso. También por mis hijos porque si no, no van a ser felices. Hay toda una generación de chicos limados, y no me refiero a los de bajos recursos. Yo no quiero que mi hijo sea así. Descubrí que el enemigo tiene mil cabezas. –¿Cómo te defendés cuando te asustás?–Me asusto poco. En una situación de peligro físico reacciono con toda la cautela que esté a mi alcance.–¿Y de peligro emocional?–Soy un maestro (muchas risas). Prendo un faso y espero. Antes los vínculos amorosos regían mi vida. Estaba haciendo un disco y tenía un problema con mi pareja y me volvía loco. Pero es pérdida de tiempo. Es muy sencillo: hay dos discutiendo, uno se va, el otro se queda discutiendo con la pared. Y el que se va, se va pensando “huy, pobrecito, lo dejé solo”. Y vuelve. Pero si te vas no lo dejás, lo estás acompañando también, pero le hacés un favor, porque te estabas peleando por algo que no iba a llegar a ningún lugar. Cuando aparece la locura, es mejor leer o tocar el piano, cualquier cosa que te saque.–¿Sos de meterte en las situaciones o las mirás de afuera?–Las dos cosas. Por momentos me meto muy adentro y de golpe me agarra una corriente de aire y me salgo. Y me veo patético muy rápidamente.–¿Cómo te gustaría ser como padre?–Más paciente. No es que tenga poca paciencia, pero me gustaría tener más. Me gustaría estar con Martín o Margarita y no estar pensando en cómo dialoga un personaje con otro. Yo estoy presente, pero mi naturaleza hace que me dispare. Me voy y vuelvo, ojo, no estamos hablando de un brote psicótico. Tengo rápida recuperación y puedo volver. –¿Sos consecuente con tus proyectos?–Sí. Pero lo que sé y no me preocupa –aunque sí le preocupa a otra gente– es que lo que empezó siendo de una manera lo transformo en algo diferente. Como este disco con Gandini. Acá se sumó la experiencia de varios conciertos; el hecho de conocernos y haber vivido juntos tanto tiempo; y yo por otro lado había estado todos estos años preparando un disco para piano que nunca llegué a grabar. Había probado estos temas y otros: con gente, sin gente, en teatros, en el estudio, cantando en portugués, en francés, en inglés. Y en un momento pasa lo del Ateneo (el concierto de cuerdas en el teatro ND Ateneo del mes de marzo que dio con Gandini) y fue como si toda el agua hubiera entrado por un embudo. Cuando terminamos el segundo concierto, entré al camarín y le dije a Gandini: “Maestro, esto es un disco. Vos buscaste por un lado, yo por el otro y acá tenemos algo”. A veces para encontrar un momento así hacen falta muchos años, no hay que tenerle miedo. No hay que ponerse ansioso. Eso es lo que diferencia a un artista de un gil.–¿Tenés en carpeta alguno de esos proyectos que insisten en volver?–Sí, la primera película que escribí, que se llama Novela. Creo que la voy a filmar dentro de algunos años, para mis hijos. Porque es una historia de amor adolescente con mucha fantasía y cuando la escribí no existía el digital y no se podía filmar lo que había escrito. Ahora sí. Y la haría para ellos, para que fueran al cine y se divirtieran.