junio 27, 2006
La confección de un disco tributo –uno bueno, claro está– es todo un arte y requiere de una precisión de relojero en el armado de la idea y en su posterior implementación.
Porque parte de la gracia en esto es poder escuchar el ingenio de los artistas para aportar algo a una obra que ya lo tiene todo. Y esto es crucial en el impresionante repertorio de Andrés Calamaro, ya que el autor –y esto puede aplicarse a la mayoría de los casos– ya encontró el equilibrio perfecto para su canción, y una porción del encanto reside en el modo en que Andrés interpretó sus propias canciones.
Para homenajearlo, verdaderamente, habría que mejorar esa marca inempardable. Pero con ese criterio no existirían los discos tributo, pero que los hay, los hay.
Calamaro Querido! parece haber sido algo que creció demasiado y no hubo un buen dique de contención que mantuviese las cosas dentro de su cauce.
A lo doble da la impresión que se llegó por acumulación y no por una estrategia a priori. Tampoco el concepto surge claro.
¿Cantando al salmón? ¿Un pescado en un sillón? El salmón ha sido un disco de Andrés, pero de ninguna manera definitorio ni creador de un apodo. En algunas ocasiones, debajo de los nombres de los temas aparece una leyenda que dice “homenaje a Calamaro intérprete”, por haberse escogido composiciones que el artista cantó pero no compuso, lo que genera cierta distorsión.
Así las cosas, el homenaje navega –como Andrés cantara– “en una balsa de madera”. Y sus temas nunca fueron un río manso.Los discos transcurren, durante su mayor parte, en una medianía que el artista no merece.
Porque no son muchas las cosas que caigan en el naufragio (como “No me pidas que no sea un inconsciente”, masacrada por Niña Pastori), pero tampoco son demasiadas las que llegan a buen puerto. La gran mayoría atraviesa aguas turbias.
No es poca cosa que Los Fabulosos Cadillacs se junten para rendir pleitesía al productor que los hizo masivos (con su segundo álbum, Yo te avisé), y ofrenden una simpática interpretación ska de “La parte de adelante”.
Pero inmediatamente después, los hispanos de El Canto Del Loco atropellan “Palabras más, palabras menos”, con una versión aburrídisima y lineal.
Podría haber sido conmovedora “La libertad” en la garganta de Fabiana Cantilo, pero su voz susurrada se pierde en los finales de estrofa.
Varios errores de producción habitan a lo largo de este doble.
Pero en verdad se trata de un concepto que tiene tanta verdad como prejuicio en su interior: los músicos no son buenos productores de sí mismos, y esto juega en contra de buenas intenciones de los intérpretes. Pero además existe un error común en discos tributo.
¿Cuál es el espíritu con que debe encararse un cover? ¿El intérprete debe apoderarse de la canción o limitarse a seguir el surco ya marcado por el autor? ¿Hasta que punto llega la apropiación? ¿Vale cualquier recurso? Las respuestas no son fáciles ni automáticas.Una de las mejores versiones aquí es la de Diego Torres porque se adueña de “Por mirarte”, que ya no suena a Calamaro sino que parece un nuevo hit de Diego; es decir: llevó la canción a su terreno y la hizo propia.
Fito Páez hace una correctísima versión de “Crímenes perfectos”, pero con alguien a su lado estimulándolo convenientemente, su piano la remontaría a otras alturas.
También hay errores de elección: Árbol podría haberse lucido más con otra canción que con “Alta suciedad”, que quizás hubiera aprovechado mejor La Mancha de Rolando, que acomete con brío pero sin inspiración “Me estás atrapando otra vez”.
Y seguramente “Flaca” hubiese sido más apropiada para Los Auténticos Decadentes que “Cartas sin marcar”, a la que de seguro una banda como Guasones le hubiese sacado más el jugo.Acierta Bahiano con “A los ojos”, así como Muchachito Bombo Infierno desconcierta pero no malogra “Sin documentos”.
Los Tipitos amagan con “Para no olvidar”, pero terminan rockeando “Mil horas”, prueba de su ingenio melódico y asociativo.
Sorprende Iván Noble con su versión jazz de “Buena suerte”.
Es excelente “Sin documentos” por Julieta Venegas con arreglo de cumbia y compite en el rubro “lo mejor de este disco” con “Algún lugar encontraré”, de León Gieco, un viejo zorro con ojo clínico para la elección. Es bueno lo de Pedro Aznar (otro que elige bien) con “Media verónica”, y no desentona Soledad con algo a su medida: “Salud, dinero y amor”.
Entra en “la nebbiera”, “Dulce condena”, a la que Litto rehace a su manera.
Y lo demás cae en el piletón de lo “poco memorable”.Calamaro Querido! vale por sus buenas intenciones, aunque los resultados dispares atentan contra el éxito de un homenaje que ofrecía un repertorio que daba para el lucimiento.
Sergio Marchi
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