junio 25, 2007

REVISTA G7: EL CHICO DE LA TAPA (Fragmento)


A 22 años de la edición de su primer disco y a punto de estrenar ¿De quién es el portaligas?, su segunda película, el músico y cineasta habla del rock de los ‘90 y repasa su vida y su obra. “La sabiduría llega cuando ya no sirve para nada”, dice, entre risas.
TEXTO FLOR CODAGNONE
FOTOS ANDY CHERNIAVSKY




De todas las prendas disponibles para la producción de fotos, Páez elige una camisa blanca, un pantalón negro y una corbata oscura. Se los pone y sale del vestuario. En el estudio, la fotógrafa y su asistente preparan los equipos, la agente de prensa supervisa que todo se desarrolle según lo pactado, la productora controla los tiempos y el maquillador y la peinadora se preparan para hacer algún retoque. El músico baja la cabeza y examina su vestimenta. “Parezco un escolar”, dice. Ninguna de las personas que están a su alrededor parece prestarle atención al comentario. Sin embargo, alguien acota: “Un repetidor”. Fito Páez suelta una carcajada enorme, contagiosa. “¡Recorrí un camino tan largo para que me comparen con un alumno repetidor!”, bromea, sin un atisbo de soberbia. Luego, entre risas, remata: “Está muy bien”.

Durante la nota, se reirá muchas veces. Lejos de la imagen que los medios han construido, Páez es un tipo generoso, con un gran sentido del humor. Responderá las preguntas entusiasmado. Le gusta analizarse, recordar su infancia y descubrir conexiones que nunca había percibido.

DEL ‘63
Nació el 13 de marzo de 1963. No había cumplido un año cuando falleció Margarita, su madre, que era profesora de matemáticas y concertista de piano. Entonces, Fito quedó a cargo de su padre, Rodolfo, y de Belia y Josefa (su abuela y su tía abuela, que serían asesinadas en un violento episodio en 1986). La música siempre estuvo presente en la casa de Páez. “Hace algunas décadas, el piano formaba parte de la vida familiar. La música constituía una forma de entretenimiento y de conexión. Hoy, eso no es así porque todo sucede más rápido que en aquella época”, apunta.

La infancia y la juventud de Páez transcurrieron entre un colegio público y uno privado, entre los amoríos adolescentes y las amonestaciones, entre los exámenes y los escenarios. Su primer instrumento fue el bombo. “Como no sabía tocar la guitarra, cantaba y me acompañaba haciendo percusión”, dice. A los 13 años empezó a tomar clases de piano y luego integró las bandas de Juan Carlos Baglietto y de Charly García. En 1985 editó Del ‘63, su primer disco solista. Desde entonces, no paró. La masividad golpeó a su puerta en 1992, cuando editó El amor después del amor, el álbum más vendido en la historia del rock argentino.
¿Recordás cuándo tocaste el piano por primera vez?
Sí, fue un viernes por la noche. Tenía 6 o 7 años. Estaba viendo una serie de Narciso Ibáñez Menta que se llamaba El hombre que volvió de la muerte. Recuerdo que bajé el volumen del televisor y empecé a musicalizar la tira con “clusters” [levanta las manos en el aire, separa los dedos y los aplasta contra un teclado imaginario]. Se ve que ya me inquietaba la idea de relacionar las imágenes con la música. Había algo ahí. Me di cuenta de que podía conectar ambas cosas.
¿Y tenés noción de cuándo elegiste el piano como instrumento?
En el ‘76 empecé a tomar clases particulares con la señora Bustos, que tenía un par de tetas importantes…
Asomaba tu fascinación por las mujeres.
¡Eso había empezado muchísimo antes! Era extraño: la señora Bustos era una mujer mayor, pero de tetas voluptuosas. Gracias a ella, aprendí cosas básicas con el método Beyer. Después, empecé a tomar clases con un profesor del Conservatorio Scarafía que le había dado clases a mi madre. Lo engañaba tocando de memoria. A mí no me gustaba estudiar porque sentía que detenía mi necesidad de expresión, que era más urgente. Sigo sintiendo lo mismo, aunque eso no impide que haya tenido períodos de estudio.

LEE LA ENTREVISTA COMPLETA EN LA EDICIÓN Nº 38 DE REVISTA G7.



PEQUEÑA CONFUSIÓN
Por Guillermo Vadalá, bajista de Fito Páez durante casi 20 años.

Recuerdo que, cuando grabamos el tema “Las tardes del sol, las noches del agua”, yo tocaba el contrabajo. Franco, el chofer de Fito en Rosario, se acercó en un momento y me preguntó si lo que estaba tocando era una armónica. A Fito y a mí nos causó mucha gracia que Franco hubiera confundido un instrumento enorme, que hay que transportar en camión, con un instrumento que podés llevar en el bolsillo. Nos pareció genial. Nos reímos tanto que tuvimos que sentarnos y respirar hondo antes de seguir con la grabación