noviembre 24, 2007

El camaleón se esconde tras su piano (La República, 24/11/2007)


EN EL TEATRO SOLIS FITO PAEZ FUE SIMPLEMENTE "RODOLFO"

Rodolfo figura en su partida de nacimiento, en su documento de identidad; el mundo lo recibió como tal, pero la música lo conoce como Fito. Ya no carga un piano por su ciudad natal para practicar en su casa, ahora lo lleva a cuestas, desde su último disco "Rodolfo". El Teatro Solís lo espió desde la majestuosidad de sus años.


MATIAS ROTULO

El piano, con sus dientes apretados hacia la izquierda del escenario y su cola de madera extendiéndose lustrosa hacia el otro lado, ahondó en el sentimiento de un hombre solo, herido por la vida, aprendiz de los más refinados artesanos del rock and roll. Fito Páez supo de muertes, de alegrías, de soledades, de compañías de las buenas y de las malas. Su diario de viaje son sus casi veinte discos y dos películas. "Gracias a papá y a mamá por haberse acostado una noche", dijo con una gracia profunda digna de un hombre que no se cansó de recriminarle a la vida lo que la vida le quitó. El agradecimiento está presente en su música, el reproche también. Le agradece a Charly García, Luis Alberto Spinetta y a Litto Nebbia desde su canción "Gracias", aunque en un disco anterior, "Moda y pueblo", Páez interpretó tres temas de sus maestros.

Entonces se vistió con sus mejores galas (traje negro, remera blanca, zapatos lustrados, lentes redondos, barba y algunas canas en su enrulado pelo) para cantarle a Montevideo.

El Solís se colmó tan tímido al principio del espectáculo que se podía escuchar el constante zapateo del músico en la madera del escenario acompañando el ritmo. Más tarde alguien se animó a gritar "gracias" y Fito respondió entre risas: "Gracias a vos, yo estoy acá gracias a vos".

Ciudad de pobres guitarras
"La sabiduría llega cuando no nos sirve para nada", comenzó cantando Rodolfo. Como un viejo cansado ya de tantas habladurías, aquel que hizo "Música para camaleones" en el disco "Naturaleza sangre" ahora se enfunda el traje y se esconde tras un piano que le sienta tan bien como los anteriores violines, bandas de rock, pelos largos, estadios llenos. Luego vinieron los clásicos "11 y 6" y "Un vestido y un amor", y ahí parecía que ese Rodolfo que Páez nos quiso mostrar, más íntimo y ensimismado, volvía a ser el Fito Páez al cual cada vez menos siguen incondicionalmente.

"Honey, honey honey baby y ya dejemos de llorar", pronunció mientras el piano acompañaba la melodía de "Dos días en la vida" y el Solís le explotaba a sus pies, con uno de los temas emblemáticos de uno de los mejores discos de la historia del rock argentino, "El Amor después del amor". Y a esa altura, la timidez del Solís se tradujo en un coro unísono en "Ciudad de pobres corazones".

"Yo siempre ando con una de estas encima", dijo el camaleón dejando solo su piano y parándose frente al escenario con la guitarra eléctrica en el pecho. "En esta puta ciudad...", comenzó cantando mientras la alegría de la gente hacía olvidar el odio que desprende aquella canción que fue el epílogo de una de las etapas más duras de la vida de Páez. A mediados de los ochenta, la vida ­que tantas cosas le llevó a Fito­ esta vez se había ensañado con su tía, su abuela y la empleada de éstas, embarazada de siete meses, en uno de los más terribles asesinatos de Rosario. Ahora, aquella canción dura y estruendosa, sólo lo tenía a Páez y un no muy potente punteo de guitarra con las luces del Solís apenas encendidas como un tenue recuerdo.

Uno normal uno
Cada vez que Páez nombraba a Montevideo bajaba un aplauso. El ego del montevideano a veces es más fuerte que el ego del artista. Pero el ego del artista es único e incomparable. Páez canta su vida, sus mujeres, sus muertes, sus hijos, sus discos, sus ídolos, su Rosario. Coki de Bernardi, músico amigo de Páez, músico de voz casi afónica, lo acompañó en varios temas, uno de ellos del disco que Páez compuso y discutió hasta la pelea no definitiva con Joaquín Sabina, "Enemigos íntimos". De allí interpretaron "Delirium tremens".

Pero el ego de Páez no lo deja ir más allá que la admiración por sus amigos. Entonces Fito los presentó. Allí aparecieron en el micrófono central Martín Buscaglia, detrás de Páez, Fernando Cabrera, para hacer "Y dale alegría a mi corazón" y más tarde un tema que originalmente grabó con Andrés Calamaro y Charly García, "La rueda mágica".

Cabrera, letra en mano, volvió con su compatriota Buscaglia para deshacer en emoción "Normal uno" del disco "Circo Beat". Con su bella melodía y letra, "Un mundo de hadas frente al ataúd un rosario roto frente a la mesa de luz...", los uruguayos que acompañaron a Páez realizaron una de las mejores piezas de la noche. Cuando cantaba Cabrera, Páez tocaba el piano y se daba vuelta para verlo con admiración. Así es Fito Páez: un viejo camaleón que se vistió de sí mismo, se sentó en su piano, cantó "Detrás del muro de los lamentos", y hasta evocó a Lou Reed. Pero no pudo esconder jamás su alma de gran artista. *

1 Comments:

Blogger Lavanda said...

Un gracias infinito por esa noche de cruzamientos de épocas, de fronteras, de estilos... En ese escenario aparecieron personajes místicos, grandes compositores del mundo, de esta orilla y de aquella, íntimos y públicos, viejos y actuales. Una cadena de asociaciones, sentimientos, emociones, muchas gracias de verdad. Luciana

12:35 p.m.  

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