noviembre 27, 2007

Fito presentó en íntimo a “Rodolfo” en Córdoba (La Mañana de Córdoba, 27/11/2007)


Fito Páez y su show íntimo en el Teatro Libertador. Detalles de una noche especial.



Por PABLO LEITES

Pensándolo bien, es posible que Rodolfo sea algo más que un disco más en la carrera de Fito Páez. Bastó verlo anoche, derramando notas sobre el marfil del imponente Steinway en el escenario del Libertador, para entender que las canciones nuevas, tan despojadas de todo artificio, tan al hueso que a veces no terminan de cerrar, fueron la excusa perfecta para encontrarse íntimamente y a solas con esas otras, las que lo justifican como dueño de una parcela en el Olimpo rockero vernáculo.

Claro que el plan, a priori, era mostrar lo nuevo, al fin y al cabo Rodolfo es un nombre y Fito casi un diminutivo. Pero sabido es que cuando se trata de próceres del rock nacional, la historia pesa y obliga. Como sea, el rosarino se las arregló para tocar nueve de las doce composiciones que aparecen en Rodolfo, a lo largo de más de 120 minutos en los que paseó además por Giros, Tercer mundo, El amor después del amor, Circo beat, Euforia, Abre, Rey sol, Ciudad de pobres corazones, Naturaleza sangre y hasta Enemigos íntimos, aquel trabajo junto a Joaquín Sabina. Además, claro, hubo bonus tracks.

No estuvo solo, Páez, para vérselas con un San Martín casi lleno de incondicionales. Se trajo un team rosarino, integrado por Coki Debernardis, Gonzalo Aloras y Carlos Vandera, que acompañó eventualmente con voces y una austera guitarra.

El arranque estuvo a cargo del instrumental Waltz for Marguie (que se repetiría luego al promediar el show “para los que llegaron tarde”, Páez dixit), seguido de Si es amor y Hay algo en el mundo. La historia sórdida y pesada (quizás demasiado densa y explícita) de Sofi fue una nena de papá tuvo proyección de imágenes ad hoc, al igual que El cuarto de al lado. Para el resto, lo visual fue apropiado, pero secundario y abstracto.

Así llegó El fantasma canibal y la niña encantada de Ciudad del Cabo, letra de Páez y música de Coki, para una que el de los Killer Burritos grabó en Mi parrillada. La particular voz de Debernardi y las cuerdas del piano pulsadas por Páez marcaron con profundidad el momento, del que salió con Thelma y Louise (“Las chicas están poderosas, mirá a Cristina. Igual me quedaba con Geena Davis y la Sarandon”, comentó expansivo Fito) y al que volvió con Cae la noche en Okinawa, quizá la más hermosa composición de Rodolfo.

Ahí nomás, 11 y 6 fue un regalo al público que –por supuesto– lo coreó completo; Al lado del camino apareció en versión blues al piano y volvió Debernardi para un no tan logrado cover en castellano de Dirty Boulevard de Lou Reed y Delirium tremens.

Las ovaciones de pié llegaron para Yo vengo a ofrecer mi corazón, completamente a oscuras y acapella; y también en Te ví y Gracias, tras lo cual y ya eufórico, Páez pidió guitarra eléctrica. “¿Qué? ¿Te pensabas que no?”, guarreó. Y hubo distorsión para Ciudad de pobres corazones y Naturaleza sangre.

Normal I y Brillante sobre el mic marcarían el final y los bises apoteóticos correrían por cuenta de La zamba del cielo (dedicado especialmente al músico cordobés Juan Carlos Ingaramo), Buena estrella, Dar es dar y A rodar mi vida, redondeando un concierto emotivo y a la medida del romance que Páez mantiene con Córdoba.

“Yo puse las canciones en tu walkman”, dice Fito convencido en Al lado del camino. Y podría ser en el walkman, en el mp3 o en cualquier formato físico, da lo mismo: ya viven en la memoria colectiva de un par de generaciones. Rodolfo lo sabe y –humilde– ofrece su corazón.