noviembre 27, 2007

Las canciones de un hombre feliz (La Voz del Interior, 27/11/2007)

Fito Páez trajo su costado más optimista para presentar “Rodolfo”, su nuevo disco, en el Teatro del Libertador.
Natalia Torres
Especial

¿Fito Páez se la cree o es un artista seguro de sí mismo? ¿Es el heredero de Charly o una simple copia? ¿Su mala onda con los medios de comunicación es genuina o una pose?

Esas y otras preguntas han sobrevolado la carrera de Páez, especialmente en los últimos tiempos, cuando sus avatares personales lo pusieron en los titulares de publicaciones que poco tenían que ver con lo musical. Quizás había llegado el momento para Fito de demostrar que lo importante aún seguía viviendo en el corazón de cada melodía, y quizás por eso se decidió a editar Rodolfo, este nuevo álbum que lo muestra apoyando su voz únicamente en los huesos desnudos del piano. Fito también se montó sobre un show donde, a sus temas nuevos, les sumó versiones de su repertorio tradicional convertidos a los códigos de las teclas blancas. Y así llegó en la noche del domingo al Teatro del Libertador, que lo recibió con una saludable cantidad de público.

Waltz for Marguie, tema dedicado a su hijita y uno de los dos instrumentales presentes en Rodolfo, fue el elegido para abrir el show. Enfrentando a un Steinway negro, con traje del mismo color y remera blanca, Páez dejó desde ese primer momento constancia de su pericia en el piano, con una ejecución que mezcló virtuosismo, energía contenida y buen manejo de climas.

Gracias totales. Siguió Si es amor, acompañada por proyecciones en la pantalla que se alzaba al fondo del escenario y luces rosadas que iban de la mano con una letra que muestra al Fito enamorado con el que varios fans se sintieron incómodos, pero que al fin es una fotografía de los sentimientos de un artista maduro y agradecido con la vida.

Esa sensación volvió a repetirse en varios momentos del show. Primero, en la referencia directa a Charly, Spinetta y Lito Nebbia en la simplemente titulada Gracias, donde Fito le dedica una estrofa a cada uno de sus grandes ídolos.

Después, en un gesto de gratitud para con el público, que vino en la forma de una versión a capella y a oscuras (él mismo pidió que apagaran las luces) de Yo vengo a ofrecer mi corazón. "No estaba en la lista, pero este lugar es tan lindo que la voy a hacer igual", dijo Fito para introducirla.

Antes ya habían hecho su aparición los tres invitados de la noche. Primero, Coki De Bernardis (líder de Coki & The Killer Burritos) acompañando El fantasma caníbal y la niña encantada de Ciudad del Cabo con su guitarra y su voz aguardentosa. Las reminiscencias de Joaquín Sabina en las cuerdas vocales de Coki eran ineludibles, y lo fueron aun más cuando De Bernardis volvió a escena a interpretar Delirium tremens, tema nacido de aquella malograda unión entre Sabina y Páez.

Luego, fue el turno de Gonzalo Aloras y Carlos Vandera, que acompañaron con logrados arreglos vocales las versiones de 11 y 6, y Y dale alegría a mi corazón ("Hay que recordar que ésta es una bonita melodía, tratemos de que no salga parecida a una canción de cancha", pidió Páez en este punto).

Como para darle una pequeña dosis de rock a la velada, Fito luego se colgó la guitarra eléctrica para Ciudad de pobres corazones y Naturaleza sangre, redondeando dos versiones crudas que casi bordearon cierto espíritu punk.

El final llegó a puro pulso celebratorio, con todos los invitados volviendo al escenario para atacar un trío de canciones que comenzó citando a Bob Dylan en Times are changing, siguió con Dar es dar y terminó con A rodar mi vida. Páez demostró que es un hombre feliz. Y que quiere que todo el mundo lo sepa.