junio 19, 2008

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Un puñado de canciones descarnadas ofreció el martes Fito Páez en el concierto que brindó en el Gran Teatro del Banco Central. No fue tan atípico como pintaba inicialmente el recital. La euforia del público le quitó la calidez intimista de la propuesta inicial. Es como si la gente, con sus requerimientos, prefería descargarse que ir a escuchar las canciones. Y es muy lindo el cariño que manifiesta el público, pero a veces las cosas se van de mano, como en el final, cuando Fito bajó del escenario y a capella empezó a cantar “Yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Un momento de un lirismo despojado que fue empañado por los flashes de las cámaras de la gente que se acercó hasta el cantante. Ofuscado, Fito dejó de cantar y subió nuevamente al escenario y dijo “prefieren quitar fotos a vivir este momento”. Y allí volvió a bajar, cuando la euforia había disminuido y entregó su canción. Ya sin la magia del momento anterior, pero con el profesionalismo de un cantante maduro que sabe del valor de sus posibilidades, sin temor a que sus debilidades sean muy expuestas.
El show se inició con “Nocturno en Sol”, uno de los temas instrumentales de su nuevo disco “Rodolfo” que sirvió de introducción a la inmortal “11 y 6”. El concierto fue un recorrido por el vasto repertorio del rockero, mostrando las posibilidades de sus obras como canciones, resaltando el valor de las letras y las melodías, despojadas de sus vestiduras eléctricas, sus arreglos rebuscados y la potencia de sus percusiones.
“Siempre hay que tocar música nueva”, dijo Fito en un momento. “Y no quedarse en la comodidad del pasado. Hay que vivir el presente y apuntar el futuro. Si me quedaba en las canciones anteriores no iba a poder escribir esta”, manifestó antes de interpretar “El cuarto de al lado”, uno de los temas más hermosos de “Rodolfo”, sobre la separación de su matrimonio y el amor de sus hijos.
La canción fue interpretada mientras la letra era proyectada en la pantalla que ocupaba todo el fondo del escenario.
El concierto tuvo un buen complemento de luces y sonidos. Lo único que molestaban eran las luces blancas que en cada pausa eran disparadas hacia el público. ¿Cómo es posible entrar en un clima intimista con unos faros de camiones apuntando a la gente?
De “Rodolfo” interpretó también “Sofi fue una nena de papá”, “Waltz for Marguie” y algunos temas más. La mayoría de las 25 canciones que presentó pertenecían a sus trabajos anteriores, principalmente de “El amor después del amor”. Hizo una versión del tema que da título al exitoso disco del 92 con “Dos días en la vida”, así como también “Creo” y “Muro de los lamentos”, dos canciones muy profundas pero poco interpretadas en vivo, de este mismo álbum. La última, sobre todo, creció en su fuerza de chacarera, así como “Al lado del camino” sacó a relucir toda su fuerza blues.
Fito fue acompañado en algunos temas por el guitarrista Coqui Debernardi, de un estilo muy áspero. Juntos hicieron “El fantasma caníbal y la niña encantada de Ciudad del Cabo”. Más tarde, Páez cambió el piano por la guitarra eléctrica en el siempre furioso “Ciudad de pobres corazones”.
Fue un show de clásicos con “Tumbas de la gloria”, “Giros”, “Ambar violeta”, “Rueda mágica”, “Un vestido y un amor”, “Polaroid de locura ordinaria”, “Dar es dar”, entre otros.
Luego de salir del escenario, el público le llamó a que vuelva cantando “Mariposa technicolor”. Ya para entonces, mucha gente se había agolpado en el frente y en los pasillos. Fito tocó otro par de canciones más e intentó ofrendar su corazón a capella. La urgencia fue más. Es como que Fito ha madurado, pero su público se ha quedado en la euforia del fan. Finalmente, el show culminó con “Mariposa”, en el piano. Fueron casi dos horas de un show de un artista que ha superado la premura del rock, y que aún tiene mucho que brindar.

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