mayo 30, 2009

CLARIN









Fito Páez, la fuerza del cariño
10:01Además de lo musical, el rosarino entabla con el público una relación de afecto. Recorrió diferentes etapas de su trayectoria.
Por: Mariano del Mazo


A esta altura, intentar marcar las muy diferentes aristas de la personalidad artística de Fito Páez, es trabajo inútil. Después de más de 25 años de carrera, Páez se mueve como una compleja unidad. Del entretenedor apto para todo público al emisor de discursos enrevesados, de la llaneza pop a verdaderos Everest de la música popular, el rosarino abarca y aprieta.

La descripción de la conformación del público es un lugar común de la crónica musical, pero en este caso inevitablemente destacable: el Luna Park, a tope, estuvo poblado de un gentío que fue de nenas de 10 a mujeres de 40 y pico, parejas y ejecutivos recién salidos de sus oficinas de la city. Hay algo familiar en todo lo que rodea a Fito, algo cercano. Esa sensación también surge de su obra. Es un paisaje o un perfume que no tienen otras obras de rockeros populares argentinos (como los casos de Cerati y Calamaro).

Sin disco nuevo, con la banda que encabeza Coki Debernardi (The Killer Burritos) como sopor te sólido, orgánico, rocanrolero a la manera española, Páez se floreó durante más de dos horas por un ancho repertorio: abrió con su tema más reciente (la canción de Tratame bien), volvió a los primeros discos (Taquicardia, 11 y 6) y redondeó un mix de estilos y épocas que determinan cuán en paz está con su carrera.

Hizo una versión punk de Lejos en Berlín, con Juanse volvió blues Naturaleza sangre, desplegó su set de piano para la hinchada (cómo sigue vibrando Tumbas de la gloria...) y transpiró en canciones de largo aliento como la dylaniana Al lado del camino y la vieja Tercer mundo (con una cita al riff de Rompecorazones, de Zeppelin).

Antes se zambulló en su propia prehistoria: recordó los años adolescentes en Rosario y presentó cálidamente a Juan Carlos Baglietto ("él nos juntó a todos") que con Debernardi, Aloras y Vandera puso al estadio de pie y con piel de gallina cantando a cinco voces aquel pequeño himno de fin de dictadura titulado La vida es una moneda.

En las antípodas de los shows de las bandas de diseño al estilo Jonas Brothers, con una puesta encantadora por lo humilde (casi sin luces, casi sin pantallas), la tracción a sangre sigue siendo su arma. Sostenido en un cancionero del que destacan por lo menos una treintena de temas irreprochables y -aunque él reniegue ("los que me dicen que soy clásico me quieren jubilar")- cada vez más instalado en su condición de clásico, Fito Páez se ha convertido en una sana costumbre. Más que cerca de la revolución (uno de los temas que cantó en el final), él está cerca de la tradición. A pocos artistas argentinos le cae tan exacta la definición de músico popular.