septiembre 19, 2010

DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE

Fito Páez en ATE Casa España

Un día más siempre es mejor

Ignacio Andrés Amarillo
iamarillo@ellitoral.com
“Al fin llegamos”, fue una de las primeras expresiones de Fito Páez durante su concierto realizado ayer en ATE Casa España, en una noche sin muchas palabras. Finalmente, y después de un par de demoras por diferentes motivos, el rosarino pudo reencontrarse con su público.
Lejos del intimismo de sus shows del año pasado en el Teatro Municipal, en los que su voz y su piano estuvieron acompañados por la voz y la guitarra del Killer Burrito Coki Debernardi (en sintonía con el sonido de su disco “Rodolfo”), en esta gira se está dando el gusto de volver a rockear con una banda como en sus mejores momentos.
Presentando las canciones de “Confiá”, su último trabajo, Fito alineó una banda bien rosarina: además de él mismo en voz y piano, convocó nuevamente a Debernardi en guitarras acústica y eléctrica, coros y percusión electrónica; el también Killer “Burrito” Eloy Quintana en bajo; Carlos Vandera, en guitarra acústica y coros; Juan Absatz en teclados y coros; Daniel “Dizzy” Espeche en primera guitarra eléctrica, Diego Olivero en teclados, coros y dirección musical; a los que se sumó “el hijo pródigo”: el santafesino Gastón Baremberg en batería, saludado por la gente.
Vistiendo el mismo traje blanco que usó en el cierre de los conciertos del Bicentenario, con su look a lo Tim Burton, el artista daría forma a unas casi dos horas de canciones nuevas y clásicas, mostrando la variedad de su repertorio.

Ida y vuelta
La velada abrió con “Folis Verghet”, “Tiempo al tiempo” y “Confiá”, para luego transpirar rock con “El chico de la tapa”, enganchado a “Llueve sobre mojado”, compuesta junto a su “enemigo íntimo” Joaquín Sabina. Vendrían “La nave espacial” y “Desierto” de Abre (con ciertos aires góticos que llamarían la atención de Amy Lee), en la que Páez se le anima a algunas líneas de guitarra solista.
A puro piano entraría la antológica “11 y 6”, calentando fuertemente gargantas. La recordada introducción cirsense de “Circo Beat” anticipó la canción, en la que el artista se dio el gusto de cambiar a Gena Rowlands y decir “yo me muero por Fabiana Cantilo”, su antiguo amor, quien pisará próximamente el mismo escenario.
“Olé olé olé, Fito, Fito”, fue la poca novedosa ovación. “Ésta es una canción que habla de caminar, de andar”, así presentó “Limbo mambo”. Después, una introducción pianística dio paso al muy coreado “Cable a tierra”, seguido por “El Diablo de tu corazón” (de “Rey Sol”).
“Entre la ley de las estrellas y la ley del Talión se escribe nuestra vida: ésta es “La Ley de la vida’”. El doblete de novedades siguió con “El mundo de hoy”.

Clásicos

En un momento de silencio, el flaco compositor pudo decir: “Esta canción es una canción que está buenísima. Por supuesto no parece mía (risas generales), pero quedó bien en el tiempo: sobrevivió bien a los avatares de las agujas. Siempre que la tocamos es un gran momento del concierto: vamos a tocar “Tumbas de la gloria’”.
Un pasaje instrumental bastante romántico de Páez en solitario frente al piano (como en la gira de “Naturaleza Sangre”, cuando se regodeaban con fragmentos barrocos) anticipó una de las canciones más reconocidas del creador: “Un vestido y un amor”, una de las gemas salidas de “El amor después del amor”, esa explosión compositiva que Rodolfo Páez parió en 1992. Por supuesto, todas las voces aportaron a ese estribillo memorable.

Momento de Rock

Luego vendría “Al costado del camino”, en la que en una nueva modificación de letra se permitiría decir “el tiempo a mí me puso muchos años”. Tras una pifia o chiste de uno de los tecladistas (sonaron las tres primeras notas de “La rueda mágica”) llegarían la explosión de “Polaroid de locura ordinaria”.
Fito retomó su guitarra Gibson SG, dando las buenas noches a diferentes ciudades, como Barcelona, Santiago del Estero, Nueva Delhi, París, Montevideo, para terminar en “Buenas noches Santa Fe” y dar paso a “Ciudad de pobres corazones”, una de las canciones más rockeras y viscerales del artista, escrita en sus años más oscuros. Permitió que Espeche se suelte en un solo, incluyendo el hendrixiano toque con los dientes sobre las cuerdas de su Gibson Firebird. “Si esto no es el rock, ¿dónde está?”, fue el comentario del solista.

En el final
El “cierre” vendría con “A rodar la vida”, con revoleo popular de prendas (“pueden ser corpiños, también”) aunque el “Chau, hasta mañana” de la letra no sería tal, porque el protagonista de la velada volvería con otro vestuario (saco sport claro, jeans azules, zapatillas, remera roja) para interpretar “Dar es dar” con unos coros medio “gospeleados” en algún momento.
El cierre definitivo vendría de la mano de la futbolizada “Mariposa Tecknicolor”, más futbolizada que nunca con un coro generalizado de “oohhhh” sobre la introducción instrumental, similar a lo que pasa con el Himno en las competencias deportivas.
“Muy bien, muchísimas gracias”, afirmó Páez. “Los conciertos son extraordinarios, entramos de una manera y salimos de otra: eso quiere decir que la vida pasa por acá”, antes de una despedida con saludo teatral de todos juntos mientras se prendían las luces y el “olé olé olé, Fito, Fito” se iba perdiendo en la noche.