abril 29, 2018

Un Fito Páez brillante presentó La ciudad liberada en el Luna Park La Nación.


El El cantante tomó la posta de los grandes solistas del rock argentino Crédito: DIEGO SPIVACOW / AFV


LA nación 29 de abril de 2018  • 01:46
Una frase. Sólo una frase necesitó Fito Páez para que se le disparase un disco entero. La ciudad liberada, el álbum que anoche empezó a presentar en el Luna Park porteño, nació el día en que el rosarino fue a tocar al Centro de Integración Monteagudo, un espacio para gente en situación de calle. Allí, sobre una pared, estaba la columna vertebral de su nueva obra: "La calle no es un buen lugar para vivir, mucho menos para morir".
Esa frase, esa idea, esa síntesis se expandió como reguero de pólvora. Y en Páez actuó como disparador y catalizador de emociones. Como si se tratara de otra "Ciudad de pobres corazones", "La ciudad liberada" -la canción- encontró a un Fito preciso y punzante, que dirigió toda su energía en la misma dirección. Si en el pasado no muy lejano le pifió feo con esa declaración tan desagradable con la que aseguraba que le daba asco la mitad de Buenos Aires, en esta canción en particular y en el clima general del álbum encontró la manera artística de mostrar su disconformidad, de leer el presente desde la óptica de un músico consagrado, responsable de sus actos y en plenitud.
Precisamente, la introducción de "Ciudad de pobres corazones" abrió la noche y Fito, de saco azul y remera blanca, salió sonriente a escena. Lo esperaba un Luna Park colmado, ansioso y eufórico desde el minuto cero. El piano en el centro y, a su alrededor, una banda que se mostró sólida de principio a fin y lo suficientemente elástica para extender las zapadas, romper los termómetros en los momentos en que la temperatura subía y darle el pie al nuevo valor: Juani Agüero, un joven violero con todos los yeites, la actitud y el aplomo de un guitar-hero; una promesa que, en su primer Luna Park, como señalaría Páez, no sólo estuvo a la altura de la ocasión sino que "la descoció", mostró su rebeldía, y se permitió disfrutar. Junto a él, la base de los últimos tiempos: Diego Olivero en bajo y Gastón Baremberg en batería; el tecladista que lleva "varias vidas" junto al rosarino, Juan Absatz y, en los coros, la joven Julieta Rada, hija de Rubén y gran promesa del R&B rioplatense.
De la introducción de "Ciudad de pobres corazones" a "Ciudad liberada" sin escalas, Páez dejó en claro desde el vamos las intenciones: presentar un disco fresco, urgente y largo. De las 18 canciones que contiene en el Luna se escucharon 11. ¿El primer diagnóstico? Que están hechas para ser tocadas, para chocarse con el público y, varias de ellas, para sumarse a ese cancionero rico, extenso e imperecedero que le pertenece a todos.
Fito por momentos no canta, escupe. La noche recién comienza y él opta por ir directo al grano: "Quiero vivir en la ciudad liberada / Donde a los pibes no les metan más balas", reclama desde la canción que da nombre al disco. Acto seguido, otra novedad: "Aleluya al Sol", donde intenta decir algo similar pero con el corazón en la mano: "Porque todos tengamos el pan en la mesa / Y el aire para respirar / Porque nunca te olvides mi amor / Lo que es la libertad". Así, la ruta está trazada desde el comienzo.
Solo resta intercalar viejos y nuevos mojones. Y, al hacerlo, resignificar lo escrito y lo cantado años y décadas atrás. Porque no es el artista popular el que se renueva sino que son sus canciones, las mismas de siempre, las que cambian o intensifican su sentido. Por caso, ahí están dos clásicos que maridan muy bien con el ánimo actual: "Naturaleza sangre" ("La fiebre pasó y la rabia también. La lógica por fin se nos deshizo en la boca") y, en el cierre definitivo, "El diablo de tu corazón", aquella que juzgaba: "Buenos Aires hoy te falta mambo, te sobra muerte y pasarela".
Una voz invitada, un viejo amor, una amiga, "nuestra eterna princesa cósmica", como la describiría Fito. Fabiana Cantilo se hizo presente en diversos pasajes del show para unir su voz a la de Julieta Rada. No le fue difícil encontrar su lugar en escena: su presencia, sus acertadas intervenciones y, quizás, su deseo de integrarse a la banda como un miembro más, le alcanzaron para brillar. Para jugar a Thelma y Louise con la hija del Negro Rada a la hora de "Dos días en la vida" o para mostrarse, junto al protagonista, como dos adolescentes sin edad en tiempos de "Brillante sobre el mic".
A ese primer Páez de saco y remera, el que puede pasar de "11 y 6" y "Naturaleza sangre" a la nueva "Tu vida mi vida", donde Fito se reencuentra con su versión más romántica, le sucede otro de campera de cuero. Las dos caras de la misma moneda se baten a duelo. A ambas las separa un pequeño intermezzo: un viejo amigo rosarino, Coki Debernardi, suplanta al protagonista para cantar un tema propio. Luce como Elvis, suena como Dylan. Su amigo regresa a escena y recibe la invitación para quedarse un rato más, para lucirse con "Polariod de locura ordinaria".
Pero antes de que el tramo de los grandes clásicos gane definitivamente lo que queda de la noche, las nuevas canciones que restan interpretar muestran su faceta más escenográfica. "Navidad negra" golpea con su letra ("el mundo explota en los cinco continentes"); "Se terminó" es una clásica vuelta al mundo bajo el tamiz del músico rosarino que no tiene reparos en mostrar su pesimismo (el carruaje se volvió calabaza en un segundo atroz), e "Islamabad" es otra lectura de este hombre de mundo que se para un instante en el Oriente para cantar, sin temor a polemizar, aquello de "Francesito que llevas por el mundo tu civilización / No me gusta que vengas a mi casa y me cuentes mi historia tan malamente / Vos que sos un hijo del sable europeo de Napoleón". Mientras, a su alrededor, seis mujeres con el hábito islámico esperan pacientes por el instante en el que se desprenderán de sus vestimentas, mostrarán sus curvas y se entregarán al baile.
Un instante. Un momento. Ya en el final, antes de los bises, antes de "Dar es dar", "Y dale alegría a mi corazón" y "El diablo de tu corazón", Fito tuvo un rapto. Un deseo urgente de cantar a capella "Yo vengo a ofrecer mi corazón". Ahí, en el medio, sin luces, sin banda, con el público en silencio, cumplió sobradamente con esa línea de su nuevo disco en la que se proclama un músico amateur. Fito volvió a ofrecer su corazón, canalizó sus ideas desde el arte y brilló en una de esas noches que recordaremos por años. Ya sin El Flaco Spinetta y sin Cerati, con Charly dispuesto a entregarle el bastón de mando, Fito tomó definitivamente la posta de los grandes solistas del rock argentino.